Mi primer ataque de migraña fué con 8 años. Creí que iba a morir de dolor, es como si te estuvieran clavando clavos con un martillo en la sien. Cuanto más lloraba más me dolia y más me hacía llorar. Tuve que aprender a relajarme para contener el llanto. Al vomitar se intensifica el dolor. Mi madre me ponía compresas de hielo en la cabeza, echaba persianas y cortinas e incluso tapaba la jaula del canario para que no cantara. Era como una muñeca de trapo a merced del dolor. Cuando después de horas interminables, el calmante hacía efecto, quedaba tan exhausta que dormía hasta el día siguiente. Cuando despertaba, tenía la sensación de volver a la vida, lo veía todo más nítido, recuperaba el apetito y las ganas de sonreír. Era la calma después de la tormenta. En la actualidad tengo 51 años, y mis crisis se han ido distanciando cada vez más a lo largo de los años. No me he librado de ellas, pero ya no son tan frecuentes . También tengo jaquecas ( como no) pero ese tema lo voy controlando más o menos. Lo que sí es verdad, es que hay muchos factores que que hacen posible que se desencadenen las jaquecas, ya sean orgánicos, ambientales o atmosféricos.